Laurens
Legiers
Cuando el Romanticismo evolucionó en torno a la idea de glorificar las emociones, la imaginación, la subjetividad y la belleza de la naturaleza en la Europa de finales del siglo XVIII, muchas obras de arte fueron una respuesta directa a la revolución industrial que estaba cambiando rápidamente todos los aspectos de la vida. Ahora, unos 200 años después, el pintor belga Laurens Legiers (1994) se inspira en las imágenes de aquella época y en la atmósfera que encapsulan, reinventando algunos de los tropos característicos y creando su propia biblioteca de homenajes a las instantáneas cotidianas de belleza y armonía.
Trabajando con imágenes que conectan con una cierta idea romántica a nivel contextual, al tiempo que portan un limpio y notable sentido del volumen, Legiers utiliza sus temas para construir visuales cautivadoras y desconcertantes. Al centrarse en el motivo en su conjunto, más que en los detalles y rasgos separados, las visuales parecen suaves, casi gráficas, y son la base perfecta para el juego de luces y sombras que realiza sobre la superficie de sus cuadros. En un esfuerzo por pintar desde el corazón y la memoria, pone en práctica sólo unos pocos atributos realistas que definen la imagen y luego procede a simplificar o idealizar la composición final y cada elemento del cuadro. La tranquilidad y lo agradable de las composiciones simétricas que constituyen las escenas prístinas empujan aún más su obra hacia el idilio surrealista.
Sin embargo, hay una sutil tensión subyacente que mantiene unida la imagen y capta la atención del espectador. A menudo, el artista construye hábilmente una sensación simplificada de profundidad y perspectiva contrastando los bordes limpios y precisos de los sujetos enfocados con las imágenes suavizadas del fondo. En sus obras más recientes, Legiers lleva aún más lejos esta experimentación yuxtaponiendo la textura, generalmente consistente, a una multitud de elementos dominados por la pincelada. Demostrando a la vez confianza artística y ganas de experimentar, sus representaciones del agua y las gotas de lluvia rompen ahora sutilmente la suavidad de la superficie. Al mismo tiempo, la repetición de estas facetas es parte integrante de la práctica de Legiers, ya que la aplicación de imágenes recurrentes es una herramienta importante para refinar y hacer evolucionar los conceptos que explora.
Tanto si Legiers se propone construir conjuntos similares a santuarios, diseñar cautivadores patrones o retratar paisajes idílicos, envuelve sus escenas en una luz sugerente que se refleja en la superficie tosca y meticulosamente formada. La poco ortodoxa técnica del pincel moteado deja una textura excepcionalmente rica en la que las pinceladas reales son invisibles y el único reflejo de luz notable es el que pinta el artista. Las puestas de sol, la noche o las luces submarinas son de especial interés, y las pinturas consiguen captar el ambiente sostenido de esos escenarios, añadiendo tranquilidad a estas fascinantes imágenes. Es la paleta de colores distintiva y restrictiva, así como la notable técnica de pincelado, lo que en conjunto hace que las imágenes se sientan suspendidas en el tiempo, convirtiéndose en artefactos monocromos un tanto surrealistas que se hacen eco de una coyuntura serena.
Texto de Sasha Bogojev