Lysandre

Begijn

Tras sus estudios de psicología, escultura y técnicas mixtas, Lysandre Begijn se dedicó a la pintura. Su obra, que tiene afinidad con el arte de la instalación, encarna una fuerte conexión entre la psique y el arte. Aunque gran parte de la obra pictórica de Lysandre Begijn puede definirse como abstracta, esta obra reciente tiende fuertemente hacia lo figurativo. Lo que inmediatamente nos viene a la mente son los rostros, o las máscaras. La base de estos coloridos "rostros" es un ensamblaje de formas abstractas y planas pintadas y retazos de material textil. Algunas composiciones han sido construidas enteramente con textiles. Entre las cortinas se despliega un juego de veladuras y desvelamientos que sugiere un movimiento continuo. Las formas pintadas y el uso del textil dotan a la obra de una presencia física directa y poderosa. En esta fisicidad se reconoce al escultor. El uso del textil otorga sin duda una cualidad táctil a la obra, en la que el formato clásico de la pintura se convierte en una instalación por capas. En la crudeza de las obras, que utilizan materiales extraños, y en la negación de las reglas convencionales de las disciplinas artísticas bien definidas, estas obras encuentran una resonancia con las máscaras realizadas por el dadaísta Marcel Janco. Janco fabricaba máscaras que representaban rostros distorsionados y extraños y que se inspiraban en las máscaras de madera esculpidas del Lötschental, en los Alpes suizos, que se utilizaban en las reuniones dadaístas. Las fuentes y referencias de las máscaras de Lysandre son múltiples. Van desde el arte outsider, el arte folclórico y el arte tribal hasta la cultura pop y el subconsciente interpretado por Carl Jung. Las máscaras, persona (de la que deriva la palabra persona) en latín, tienden a ofuscar el rostro de la persona real, a dotar a una persona de una segunda personalidad y a dar rienda suelta al inconsciente. Las expresiones suelen ser muy exageradas. Ayudan a exteriorizar el subconsciente y a desahogar lo desconocido, la ansiedad arraigada, lo sobrenatural, los instintos primitivos. Más que representar rostros, estas instalaciones son iconos de rostros. Son iconos de la condición humana, de la tristeza, de la ansiedad. Las máscaras -especialmente durante el carnaval- dan a su portador una identidad (o no identidad) nueva y alternativa que se pierde de la sociedad y, por tanto, es capaz de comentar esa sociedad. Durante el carnaval, dos mundos de experiencia, el de la realidad aceptada y el de una realidad paralela, se encuentran, se tocan en el mundo físico. Estos rostros implican una transformación, una obliteración del "yo" consciente.

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